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Mis propias mentiras

Cuando yo era niño, pensaba que los caballos de mar, eran tan grandes como esos en los que mis tíos y primos me paseaban en el rancho hasta quedarme dormido y no siguiera dando lata. Me los imaginaba enormes, con su silla de montar y todo o a pelo, trotando alegres junto a los pargos, las cabrillas, los tiburones, las langostas, las caguamas, las medusas, los erizos, los delfines y tantos, entre ellos, las jaibas que, frente a ese espectáculo que presenciaba mi cabecita, éstas salían corriendo, hasta la orilla para defenderse de una cadena alimenticia en donde no había piedad para nadie.

Esto que para mí era cierto, pude habérselo contado a un amiguito, un hermano o hermana pensante y reflexivo que no se dejaba engatusar por cualquiera y menos por un loco (como yo), a un pordiosero ateo, a la maestra que me enseñó a leer, al vecino incauto que le creía todo a esos pelones que salían en la tele cada 1 de septiembre del año de la catota y mentían a cada rato.

Pero todos, toditos me trataron de convencer que no era cierto, que lo que decía este que ahora leen, eran puros disparates y que si continuaba en esa frecuencia no tardarían en internarme por deschavetado, si no es que antes no me hacían trizas las fauces de un hipocampo. Los ignoré.

Mi disociación no admitía contrapesos ni ideas contrarias, menos aceptaba llamadas a la cordura ni oportunidades de diálogo para hacerme entrar en razón y aceptar, convenidamente, que lo que mi figuración veía nada, nadita tenía que ver con la realidad.

Se acercaron a mí. Me expusieron lo suyo (albur aparte), me bajaron cartas de los datos que tenían, hicieron dibujitos comparativos entre lo que es un caballito de mar y un caballo que corre por el campo y ni así.

Lo peor es que un día me habían dejado una tarea en donde teníamos que diferenciar entre la realidad y la fantasía, entre la ocurrencia y la evidencia, entre lo posible y lo deseable, entre la palabra y los hechos, es decir, entre lo que puede estar clarito pero un atrofiado cerebro lo puede negar y el día que lo entregué, la maestra quedó más confundida que yo.

“Nunca discutas con alguien que se cree sus propias mentiras”, dijo uno pero hice como que no lo escuché, aunque, de seguro, se refería a mí.

Esa es la clave: lo de pensar que los caballitos de mar eran tan igualitos como los que me paseaban antes de dormirme o para dormirme, pudo ser en un momento de mi niñez o mi inocencia o mi falta de pericia zoológica o la imaginación que se tiene a edad y que por desgracia se pierde en el camino de la vida conforme vamos creciendo.

Pude haber tenido un trastorno (o varios) pero no creo que haya sido el llamado trastorno de personalidad múltiple, ese que se caracteriza por alternar diferentes identidades y que posiblemente se sienta la presencia de dos o más personas que hablan o viven en tu cabeza y que sientas que estas identidades te poseyeron.

Policiaca

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2022-12-04T08:00:00.0000000Z

2022-12-04T08:00:00.0000000Z

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