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Un Mundial en Navidad

JOSÉ ÁNGEL RUEDA / ESTO

Cuando la FIFA designó a Qatar como sede de la Copa del Mundo del 2022 sabía que algo tendría que hacer para combatir sus altas temperaturas. Aunque el emirato, en un alarde de su poderío económico, puso aire acondicionado en la mayoría de sus estadios, como si el problema se solucionara con dinero, finalmente se tomó la decisión de mover el Mundial a los meses de noviembre y diciembre, cuando la propia naturaleza regula el intenso calor y las temperaturas, que en verano alcanzan los 40 grados, descienden a los 30. No es mucho, pero algo es algo, más al tratarse de un desierto.

En esa cuestión climática radica el misterio del por qué de pronto el mundo y el Mundial son distintos a lo que eran. Todo parece nuevo, como la sede. La determinación de la FIFA cambió la manera en la que se vive una Copa del Mundo, sobre todo en las rutinas de los aficionados, quienes toda su vida habían disfrutado de los partidos mundialistas al calor del verano, con todo lo que eso representa.

Para los amantes de la navidad y el futbol, por ejemplo, ni en el mejor de los sueños habrían imaginado un escenario como éste, en el que es posible ver los enfrentamientos en compañía del árbol de navidad, los muñecos de nieve y las figuras de Santa Claus. La fiebre mundialista nos sorprende en el vértigo del fin de año, esa fecha en la que uno no sólo tiene que determinar dónde comprar los regalos para la familia, o dónde comprar el pavo, la pierna o el bacalao, sino también dónde ver los 64 partidos que comprenden el torneo. Hay más tráfico en las calles y más gente en las plazas comerciales, pero también más futbol. Aún no se sabe, eso sí, si alguien cambió la cerveza por un ponche mañanero.

Las Copas del Mundo tienen el poder de hacer de un día cualquiera un día memorable. No siempre Cristiano Ronaldo anota un gol por quinto Mundial consecutivo, o Guillermo Ochoa le ataja un penalti al mejor delantero de los últimos años. Las imágenes que llegan desde Qatar se transmiten en escuelas. Ya sea en salones o en auditorios, los niños celebran junto a sus amigos los lances de Memo para luego ir a practicar la puesta en escena de la pastorela. María y José, vestidos de verde; son las ventajas de la época. En las oficinas, en pleno horario laboral, la cosa no es tan distinta. Emocionados por el momento, más de uno pedirá en el intercambio la playera de la selección mexicana.

Y es que el Mundial tiene el poder de conseguir feligreses. Durante este mes, personas a las que regularmente no les interesa el futbol de pronto quieren saber cómo le fue a tal o cual selección. En las mesas de los restaurantes se analiza con total seriedad si Brasil sigue siendo el que era o por qué Shakira no quiso cantar en Qatar, como sí lo hizo en Sudáfrica. En los taxis, como nunca antes, hablar de futbol con el taxista deja de ser un lugar común o un simple tema de conversación para hacer más ameno el camino y las discusiones toman forma de programa de televisión. Las tradicionales quinielas tienen sabor a aguinaldo.

El cambio de fecha de la Copa del Mundo también dio paso a una extraña mezcla de pasiones. Los aficionados al futbol y al futbol americano, por ejemplo, tienen que hacer auténticos malabares para no perderse detalles de dos jornadas que se juntan. Un maratón entre goles y touchdowns que difícilmente, salvo que el calentamiento global decida otra cosa, volveremos a ver.

Lejos de las sensaciones, la Copa del Mundo de Qatar 2022 también marcó el anhelado regreso a la normalidad. Aunque en las principales ligas del mundo se había retomado la rutina de estadios llenos, el torneo más importante a nivel de selecciones dio paso a ese mundo prepandemia. El hecho de que la competencia se retrasara algunos meses le permitió al país sede, y al mundo en general, relajar las restricciones y abrir sus puertas sin temor para protagonizar el primer evento multitudinario después de todo lo que pasó.

Apenas unas semanas antes del arranque de la fiesta, Qatar eliminó el uso del cubrebocas y limitó las pruebas PCR para casos específicos, al más puro estilo de un mundo que nos había quedado demasiado lejos. Los estadios mundialistas lucen la pasión en pleno, en una imagen que contrasta con lo que se vivió en Tokio en el 2021, cuando los Juegos Olímpicos se llevaron a cabo con estrictos protocolos porque la pandemia aún era avasalladora y porque las vacunas apenas hacían su trabajo, entonces las gradas de los recintos eran ocupadas por los propios atletas, sin la energía que suele dar el público.

Qatar no solo será recordado como el Mundial que quiso quitarle el trono a la Navidad, sino que también será el Mundial donde no hubo cerveza dentro de los estadios, será aquel que confrontó a los poderes como nunca antes, que despertó las conciencias, que proyectó en la historia las protestas que conforman un mundo nuevo, en favor de la comunidad LGBT+, tan golpeada por esos rumbos, de la igualdad de género, tan puesta en duda, de los derechos humanos, de los obreros que murieron al construir los estadios donde ahora se juega bajo temperaturas inhumanas, porque ahí no hubo cambio de fecha, porque noviembre y diciembre no alcanzan para poner una ciudad a punto para recibir un evento de esta magnitud.

Pese a todo, Qatar se empeña en vivir su fiesta, a su manera. Las multitudes, la mezcla de culturas, el colorido de un mundo diverso que se prepara para cerrar el 2022 de la mejor manera, viendo futbol. El año en el que volvimos a las calles sin restricciones, en el que volvimos a gritar un gol sin barreras ni ataduras, ni cubrebocas, en el que vivimos un Mundial como los de antes, sólo que en diciembre, que no es poca cosa.

Contra

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2022-12-04T08:00:00.0000000Z

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