Kiosco OEM

La ceguera de quien ve

Hay un antiguo refrán que nos dice: “No hay peor ciego que quien no quiere ver”, pero tampoco alguien tiene mayor deseo de ver que quien está ciego. Conviene, además, darnos cuenta de las distintas maneras de ver que tiene una persona, aunque, además de la mirada de los ojos, se ve con el alma, con el corazón, con el espíritu, con la vida; se ve lo que acontece en derredor, lo que presiente el corazón, lo que se puede asimilar y se vive en los planes de Dios.

Quien no ve físicamente, pierde el sentido de la luz, de los colores, de la realidad de las personas, sus movimientos, sus expresiones, camina en el mundo sin conocerlo, por rumbos que no acaba de comprender, sólo adivina especialmente cuando escucha la voz de una persona a la identifica bien. Quien nos ve con el alma, con el espíritu, percibe nuestro interior, nuestra espiritualidad y unión con Dios, normalmente es alguien con quien compartimos íntimamente; a quien nos ve con el corazón, le basta una palabra, un gesto, una sonrisa para percibir nuestro afecto y aceptación, lo que experimentamos, en lo más profundo; quien ve con la vida, comparte una constante relación, especialmente entre los esposos o amigos muy cercanos.

Un acontecimiento que nos reporta San Marcos en el evangelio de hoy (10, 46-52) presenta al Señor Jesús al mostrar su divinidad, al sanar a un ciego. Este hecho nos ofrece una muy valiosa reflexión: Al salir Jesús de Jericó en compañía de sus discípulos y mucha gente, un ciego, llamado Bartimeo, se hallaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que el que pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”. Muchos lo reprendían para que se callara, pero él seguía gritando todavía más fuerte: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Esta realidad se presenta hoy de distintas maneras; tenemos muchos ciegos que ven pero no ven la realidad como tal, el mal y los problemas en las familias, en adolescentes y jóvenes, la perversidad que lleva al crimen, su amenaza real y antihumana la olvidamos, y no vemos la urgencia de educar en los valores de la vida para tratar de mantener una sociedad sana. No atendemos las miserias humanas y ni siquiera las más urgentes como el hambre, la enfermedad, o el desamparo. Hoy se escuchan los gritos de los que sufren, pero también se percibe el interés por acallarlos: “No hagas caso, es manipuleo, están dándole patadas al pesebre”. Y así se impide conseguir el remedio o alguna solución digna ante el problema: muchos hay que no quieren ver.

Jesús se detuvo entonces y dijo: “Llámenlo”. Y llamaron al ciego, diciéndole: “¡Ánimo! Levántate, porque Él te llama” El ciego tiró su manto; de un salto se puso de pie y se acercó a Jesús. Se conmueve el corazón de Cristo y pide que lo llamen, Entonces cambia el ambiente y en lugar de callarlo le dan ánimo. El ciego tira su manto, de un salto se pone en pie y se acerca a Jesús. Este detalle es un buen símbolo: ante Jesucristo hemos de levantarnos prontamente para llegarnos a Él; necesitamos tirar no sólo todo lo malo, todo pecado, sino todo lo que puede estorbarnos para levantarnos ágilmente y acercarnos a Él. Entonces le dijo Jesús: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Vete; tu fe te ha salvado”. Al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino.

El Señor nos da oportunidad de reflexionar y descubrir nuestras necesidades, especialmente esa terrible ceguera que nos invade y que no nos permite ver claramente lo que Dios nos pide frente a la realidad y las miserias de cualquier género, que van abundando en nuestra patria. Muchos necesitamos ver la realidad en que vivimos, la situación de nuestra familia, de nuestro ambiente, de nuestra Iglesia, de nuestra patria.

Quizá también debamos buscar la oportunidad de dar a todos una sana forma de mirar, para lograr un mundo mejor, más justo, más humano, más fraterno que viva la justicia y la verdad sin intereses mezquinos, una Iglesia verdaderamente santa, unas familias valiosas, honestas, que se preocupen de educar personas dignas, de manera que construyan un mundo nuevo en el próximo futuro.

Si nuestro ambiente continúa como va, ¿a dónde vamos a llegar, qué mundo vamos a tener? Por consiguiente: ¿Qué pide Dios que vean los padres de familia, ante su responsabilidad y derecho de educar a los hijos? ¿Cómo ver lo que realmente se necesita para llevarlos a ser la calidad de personas que hoy se requieren? ¿Qué valores están guardando en su hogar? ¿Cómo defienden su natural derecho a su educación? ¿Quiénes van a ser estos hijos en el futuro? ¿Cumplen el plan de Dios en este aspecto? ¿Le agradan con su forma de vida? Dejemos que el Señor nos hable al corazón y nos permita ver sinceramente lo que nos pide hoy a cada uno.

Local

es-mx

2021-10-24T07:00:00.0000000Z

2021-10-24T07:00:00.0000000Z

https://oem.pressreader.com/article/281612423606152

Organizacion Editorial Mexicana