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TERMINÓ LA ÉPOCA DORADA

que de alguna forma abrió la brecha para muchos jóvenes con cualidades que vieron en los olímpicos un sueño por cumplir.

Atenas 2004 escribió la historia de los hermanos Iridia y Óscar Salazar. Impulsados por su padre Reinaldo, de los primeros campeones mexicanos, brillaron en la tierra de los dioses. La medalla de bronce de Iridia en la categoría de los -57 kg y la plata de Óscar en los -58 no sólo se trató de un relato de sangre, sino también de la confirmación de un deporte en unos juegos donde Ana Gabriela Guevara y la ciclista Belem Guerrero parecían de las pocas esperanzas, y resultó que no.

Cuatro años después, en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, llegó la consolidación con las medallas de oro de María del Rosario Espinoza y Guillermo Pérez. Por aquel entonces, la figura de María del Rosario irrumpió con fuerza, la taekwondoína sinaloense cristalizó el sueño de la infancia que nació en los camiones en los que recorría Guasave para ir a entrenar, saliendo de la escuela. Guillermo Pérez, por su parte, ya había avisado de su potencial con una plata en el Campeonato

Mundial del 2007. Los Juegos Olímpicos fueron la confirmación de la relación que existe entre el trabajo y el progreso.

Años más tarde, en Londres 2012, el bronce conseguido por María del Rosario Espinoza se sumó a una actuación histórica donde México ganó ocho medallas. La taekwondoína se convirtió en tierras británicas, junto con Paola Espinosa, en las únicas mujeres en ganar dos medallas en Juegos Olímpicos. La leyenda estaba en marcha.

Finalmente, María del Rosario culminó su gran ciclo en los Juegos Olímpicos de Río 2016, donde ganó la plata, constituyendo su podio personal.

Aquella presea, sin saberlo, sería la última de una época de alegrías donde México conoció las sensaciones que emanan de saberse potencia.

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2021-07-28T07:00:00.0000000Z

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