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“Es chinampa en un lago escondido…”

¿Es ésta la región más transparente del aire? ¿Qué habéis hecho, entonces, de mi alto valle metafísico? ¿Por qué se empaña, por qué se amarillece?” Preguntaba con sobresalto en “Palinodia del polvo” don Alfonso Reyes, ya desde los años cincuenta a la vista del deterioro que percibía en la atmósfera y la concentración humana en la Ciudad de México… Era la voz de alarma de ese malogro.

Aquello fue un lamento y un reproche. Una crítica y una advertencia para esta capital de la República mexicana, en donde se asientan los poderes de la Unión y en donde se concentra una enorme cantidad de seres humanos: Diez millones que viven en apenas de 1,499 kilómetros cuadrados que es su extensión, y otro tanto gente que diariamente llega de los estados vecinos y zonas conurbadas con el Estado de México: veinte millones en un día normal.

Don Alfonso Reyes tenía derecho a reclamar lo que ya comenzaba a ser una hecatombe climática y de asentamientos humanos. En su libro “Visión de Anáhuac” de 1917 en el que hace un elogio casi poético de la ciudad capital había utilizado como epígrafe las palabras que pronunció en 1804 Alexander von Humboldt a la vista de la luz solar que iluminaba a la ciudad y el reflejo que provenía de las montañas que rodean al Valle de México…

“Viajero, has llegado a la región más transparente del aire.”, dijo el viajero, explorador y científico alemán y se quedó aquí por un poco más de un año (Febrero de 1803marzo de 1804), que le sirvieron para visitar sitios de su interés, como las minas de Taxco, Real del Monte, Hidalgo, “La Valenciana” en Guanajuato,

y subió a los volcanes emblemáticos del país…

De su viaje, por la entonces Nueva España, escribió su “Ensayo político sobre el reino de la Nueva España” que se convertiría en una de las mejores crónicas sobre tierras mexicanas en los años finales de la Colonia.

Y era verdad. La ciudad de México había sido por muchos años el ejemplo de visión transparente, de aire fresco, de un clima siempre tibio y generoso; con mucha luz que iluminaba la vida de los habitantes de esta ciudad que por entonces -1804- eran apenas poco más de 135 mil personas, y era una de las ciudades con más habitantes del continente americano.

Esta “muy noble y leal ciudad de México” ha sido tierra de lucha. Desde sus afanes prehispánicos. La batalla de los mexicas por encontrar lugar y refugio para vivir. Sus combates contra la animadversión de los grupos culturales que previamente se habían asentado a orillas de la gran laguna que era este espacio original…

Y el castigo impuesto a los mexicas mandándolos a vivir a un lugar insalubre, inhóspito, cargado de alimañas y de peligros: pero nada pudo contra la decisión y fortaleza de una tribu que había llegado de Aztlán buscando el prodigio que sus dioses les habían sellado, según sus propias creencias y leyendas: “Una águila cuyo plumaje era de mil colores que devoraba a una serpiente”: ahí sería el lugar; año 1325.

Y ahí la llegada de hombres armados que venían de ultramar. Y la tragedia y la renovación. Traían muerte y el surgimiento de una nueva forma de vida. Y aquellos hombres que traían la nueva religión, la nueva creencia en un Dios único… Y ahí el inicio del cambio de piel.

Y ahí el lugar en donde se asentarían los poderes virreinales y que sería ni más ni menos que la ciudad de México-Tenochtitlan, así nombrada por Hernán Cortés…

Para 1530 fue reconocida como capital de la Nueva España, y el 24 de octubre de 1539 se estableció en cédula real la jurisdicción de la ciudad en un radio de 15 leguas en torno a la plaza mayor. Luego reconocida por una cédula real, de 1545, como “Muy Noble, Insigne, Muy Leal e Imperial Ciudad de México” por Carlos I de España…

Poco a poco esa grandeza mexicana se iba construyendo. Para bien y para mal. Esa misma grandeza a la que cantara Bernardo de Balbuena al referirse a la Ciudad de México en 1604: “De la famosa México el asiento, origen y grandeza de edificios…”

Fue durante siglos una gesta heroica, dolorosa muchas veces, bárbara… La ciudad de México ha resistido guerras, masacres, intervenciones extranjeras, epidemias, sismos y la construcción de un destino nuevo como en 1968 que por sus calles marcharon muchachos soñadores que lo único que querían era participar en las decisiones de gobierno, decidir el diseño de su futuro y de su vida…:

Fueron masacrados en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968… Eso también está ahí, en los anales de la historia de esta ciudad de México… y mucho más.

A lo largo de siglos han llegado aquí viajeros que han cronicado la vida y milagros del mexicano que, para eso de subsistir y ser feliz, aunque no lo sea, se pinta sólo. “Finjamos que soy feliz…” dice Sor Juana, nuestra poeta mayor.

Muchos vinieron en el siglo XIX, tanto de gobierno como comerciantes o curiosos. Para ellos estaban las “Guías de forasteros” que mostraban caminos, rutas, lugares, espacios, costumbres y modos. En el siglo XX aparecieron como por encanto cientos de viajeros, muchos de ellos atraídos por la Revolución misma: John Reed, Kenneth Turner…

Y grandes escritores que querían acercarse a un país y a una ciudad sin igual: DH Lawrence, Katherine Anne Porter, Malcom Lowry, Hart Crane (quien en un ataque de locura mezcalera se aventó al mar desde el barco que lo llevaba de regreso a Estados Unidos); Jack Kerouac… tantos-muchos, que quería ver y ser testigos de un país que estaba en transformación y una ciudad que les otorgaba la libertad plena.

Pero poco a poco aquel encanto, aquella ciudad maravillosa y que tenía su ángel protector y que reflejaba la intensidad de la vida de todo el país resumido en unos cuantos kilómetros y a la que podíamos ver retratada en películas como “Distinto Amanecer” (Julio Bracho) cuyo personaje principal es la ciudad de México… entonces Distrito Federal…

U obras literarias que, a la altura del arte dotaban de vida propia a esta ciudad que fuera la de los palacios: “La región más transparente” de Carlos Fuentes y la obra transformadora de José Emilio Pacheco: “Las batallas en el desierto” en la que aquella ciudad ensimismada comienza su transformación hacia la modernidad… Y tantas más (“Mexico City blues”-Kerouac)…

Pues esa ciudad de tanta historia, de una gesta insospechada para su nacimiento y consolidación, para su subsistencia y sobrevivencia está hoy en vilo.

Vive una transformación sin rumbo y aparentemente sin destino; una transformación en la que predomina la multitud sin orden, la masificación indescriptible, la falta de ánimo y de humor para la convivencia a no ser por lo más cercano y vecinal, pero lejana ya de aquella sonrisa y saludo cordial… la acritud del modo y forma… El discurso de odio predomina. La polarización inducida ya está aquí.

Sí, hay lugares que siguen siendo hermosos, plácidos, vivibles… pero predomina el desorden, la basura y el comercio informal que daña la convivencia, aunque también busca solución al gran problema del desempleo. Inseguridad disfrazada de seguridad institucional. Violencia. Agresión. Estruendo dañino. Coexistencia sustentada en la desconfianza. Miedo-miedo-miedo. Pánico. Terror.

Aire sucio. Aire contaminado. Aire que se viste de polvo y de desechos industriales y combustibles.

De todo hay y que se le ha cargado a esta ciudad. Y de vuelta a don Alfonso Reyes: “¿Es ésta la región más transparente del aire? ¿Qué habéis hecho, entonces, de mi alto valle metafísico? ¿Por qué se empaña, por qué se amarillece?”

Pero otros tiempos buenos vendrán. Otros momentos de grandeza. Porque los de la capital han salvado muchos acaeceres; han solucionado grandes problemas; han subsistido a pesares naturales y humanos…

Han visto pasar las golondrinas que no hacen verano… Han escuchado a “la Llorona” que clama por el bien de sus hijos. La ciudad de México es y será el summum de la honorabilidad, de la grandeza que proviene de su origen, de su linaje, de su historia, de su futuro…

Aquí habrá de florecer el ahuehuete que parece morir en silencio en la glorieta del Paseo de la Reforma… Entonces la habrán de gobernar hombres y mujeres ilustres, honorables y transparentes…. Sólo hasta entonces. Y será el almácigo del nuevo mexicano.

“Aquí nos tocó, qué le vamos a hacer” dice Ixca Cienfuegos al final de “La Región más transparente” de Carlos Fuentes. Y sí, eso: “Aquí nos tocó, qué le vamos a hacer”.

Dominical

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2023-02-04T08:00:00.0000000Z

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