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VASCONCELOS Y LA TRIADA

ERICK RAMÍREZ

EN SUS INICIOS, SE TRATÓ DE UN VEHÍCULO DE LEGITIMACIÓN POLÍTICA Y DE ENSEÑANZA DE LAS MASAS SOBRE SU PROPIO PASADO Y PRESENTE. PERO, LA EFERVESCENTE IDEOLOGÍA DE IZQUIERDA DEL MOVIMIENTO CHOCA DE FRENTE CON LAS REALIDADES DE UN GOBIERNO CONSERVADOR COMO EL DE OBREGÓN Y VASCONCELOS

En octubre de 1921, el general Álvaro Obregón es el primer presidente postrevolucionario de México y José Vasconcelos asume funciones como su nuevo ministro de Instrucción Pública. Aunque militar, Obregón comprende que México debe dejar atrás la inestabilidad de las armas para dar paso a la política pública como marcapasos de la vida cotidiana y la reconciliación social.

Vasconcelos, por su parte, estudioso del mundo occidental, de los cánones griegos y clásicos, busca la libertad de pensamiento y la reafirmación de valores culturales, éticos y estéticos propios de la nueva América Latina.

El nuevo secretario ve en la enseñanza de las masas iletradas una de la más importantes vías para pacificar definitivamente al país y cumplir así la promesa revolucionaria de la igualdad social.

Los ejes de esta cruzada serán la implementación de un programa de escuelas rurales, edición de libros y promoción del arte y la cultura.

“Vasconcelos pensaba en un socialismo, no como lo concebimos hoy a través del pensamiento marxista, sino más bien como una comunión cristiana y de reunión social”, explica el historiador y curador Julio César Merino Tellechea.

Vasconcelos lleva esta lógica, la del intelectualismo puesto al servicio público, enfocada a la creación de un nuevo arte para las masas; un arte mexicano en temas y estéticas. Para ello, llama de regreso a diversos artistas que habían abandonado el país en medio de las luchas intestinas.

Diego Rivera es uno de ellos, tiene 34 años. Siendo ya un reconocido artista mundial, ha pasado 14 años estudiando y conviviendo con los grandes maestros europeos del cubismo e impresionismo.

Rivera convence a Vasconcelos de que el gobierno mexicano abra sus edificios públicos a los artistas, quienes cambiarían el snobismo del arte en caballete, que en ese entonces servía para adornar los grandes salones de los más privilegiados, por los muros públicos, abiertos para todos sin distingos de clases.

El artista mexicano deja atrás la bohemia narcisista del europeo para convertirse en un trabajador público, un artista obrero.

LOS INICIOS

En sus inicios, el muralismo mexicano es un vehículo de legitimación política así como de innovación artística, pero sobre todo, de enseñanza de las masas en el espacio abierto sobre su propio pasado y presente.

El México prehispánico, la colonia y el mestizo, la revolución, el obrero y el campesino surgen entonces como ejes centrales de una nueva narrativa nacional con las dimensiones monumentales como característica básica.

El movimiento no nace en el vacío creativo. Antes, los artistas Roberto Montenegro, Javier Guerrero y Gerardo Murillo “Dr. Atl”, también patrocinados por Vasconcelos, ya habían pintado los muros del Templo de San Pedro y San Pablo, hoy Museo de las Constituciones. Por su parte, el guatemalteco Carlos Mérida experimentaba ya con un nuevo arte que mezclaba lo prehispánico y la vanguardia europea.

Sin embargo, el epicentro del movimiento muralista es el Anfiteatro Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria, Antiguo Colegio de San Ildefonso, donde Diego Rivera comienza el mural –apropiadamente llamado– “La Creación”, en marzo de 1922, que en 90 metros cuadrados de pared, es una mezcla de simbologías católicas y paganas con 18 mujeres de rasgos mexicanos rodeando a un hombre mestizo surgiendo de una vegetación tropical junto a los cuatro evangelistas hechos animales, todos pintados al estilo bizantino.

En lo que sería el primero de muchos desencuentros, Vasconcelos se desconcierta por lo extranjerizado del arte de Rivera y lo envía a Tehuantepec para que recoja “la esencia mexicana”, según ha contado varias veces Guadalupe Rivera Marín, hija del pintor.

El movimiento muralista inicial es un esfuerzo colectivo sin distingos. Rivera se hace acompañar de un grupo de jóvenes pintores como Javier Guerrero, el exsoldado francés Jean Charlot, Fermín Revueltas, Fernando Leal y Carlos Mérida, a quienes se les conocerá como “Los Dieguitos”.

El albañil, el discípulo y el maestro ganan todos 8 pesos diarios por su trabajo.

A pesar de las tempranas diferencias Rivera convence a Vasconcelos para que éste done más muros de San Ildefonso a “Los Dieguitos”.

Semanas más tarde se incorpora a las labores en la escuela el exsoldado carrancista y pintor, David Alfaro Siqueiros, quien propone una obra muy distinta a la de Rivera, “El espíritu de occidente”. En un techo pinta un ángel sombrío al estilo colonial junto a los cuatro elementos, la tierra, el agua, el fuego y el aire.

Rivera se dedica a pintar un ciclo narrativo sobre la historia del país desde los tiempos de los mexicas hasta el siglo XX, comenzando con su más grande obra hasta el momento, “Epopeya del pueblo mexicano” en la escalera central de Palacio Nacional y luego los murales del Palacio de Cortés en Cuernavaca. También se casa con Frida Kahlo junto a quien desarrolla un estilo único.

José Clemente Orozco también está pintando en la Preparatoria. Como Rivera y Siqueiros, es exalumno del Dr.

Atl, de quien abrevaron en la Academia de San Carlos la inquietud por desarrollar un nuevo arte nacional, moderno, alejado del eurocentrismo.

Orozco pinta “Cortés y La Malinche”, en que desnudos simbolizan el mestizaje y la sumisión india, así como “El nacimiento de la primera mestiza”, el segundo al estilo boticheliano.

La Triada está completa, pero pasa poco tiempo para que la efervescente ideología de izquierda del movimiento choque de frente con las realidades de un gobierno conservador como el de Obregón y Vasconcelos.

DESENCANTO

Los muralistas maridan su obra en la Escuela Nacional Preparatoria con su actividad política de izquierda. Algunos más, algunos menos, se unen con diferente intensidad al Partido Comunista Mexicano y en los últimos días de 1922 fundan todos el Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores.

Declaran como ejes la abolición del capitalismo y la dictadura del proletariado. Establecen la producción colectiva, el nacionalismo, la utilidad pública del arte y “la destrucción del egocentrismo reemplazándolo por el trabajo disciplinado de grupo”.

En contrasentido del ideario marxista de los artistas, las élites de la Ciudad de México, resabios del porfirismo y que se plegaron al gobierno revolucionario, consideran al muralismo arte subversivo. El conflicto llega incluso a las pedradas y los balazos.

Siqueiros pinta el autoexplicativo “Entierro de un obrero” y Orozco, que no se toca el corazón, “Los Aristócratas”. Inauguran así la tradición muralista de pintar sobre el yugo capitalista y de ridiculizar a las élites mexicanas con semblantes envilecidos, ropas estúpidas y proporciones grotescas.

Tanto Obregón como Vasconcelos son atacados por la prensa conservadora por dejar que en escuelas y espacios públicos aparezcan los “monotes de pulquería”, como se les decía a los murales.

Aunque las tensiones se van haciendo cada vez más presentes entre los artistas y Vasconcelos, en marzo de 1923 éste le entrega a Rivera el edificio de la Secretaría de Educación Pública como segundo gran lienzo.

Vasconcelos había imaginado “paneles con mujeres vestidas típicamente, y para las escaleras un fresco ascendente que parte del nivel del mar con su vegetación tropical y se transforma después en un paisaje de planicie para terminar con los volcanes”.

Rivera tenía otros planes, iba a narrar el país con bailes populares, fiestones, marchantes, campesinos, maestras rurales, mítines obreros, soldados con fusil, mineros bajo el yugo de capataces.

Rivera no se puede negar a sí mismo y escribe en un muro de la Secretaría un texto del poeta socialista Carlos Gutiérrez Cruz: “Compañero minero, doblado por el peso de la tierra, doblegado bajo el peso de la tierra, tu mano yerra cuando sacas metales para el dinero. Haz puñales con todos los metales y así verás que los metales después son para ti”.

Alarmado por la incitación a la revuelta, Vasconcelos obliga a Rivera a borrar el poema. El artista acepta pero lo escribe en un papel, lo guarda en un frasco y lo envuelve en el aplanado del muro.

En abril de 1924 los muralistas contraatacan a los ataques de la prensa con “El Machete”, periódico propio en el que mezclan el grabado y la crítica política hacia el oligarquismo, cuyo primer número lo dirigen Rivera y Siqueiros, y en él proclaman que “toda manifestación estética ajena o contraria al sentimiento popular es burguesa y debe desaparecer porque contribuye a pervertir el gusto de nuestra raza”.

Este contexto de conflicto político, aunado a desajustes presupuestarios, la inestabilidad política nacional y su cambiante carácter orillan a Vasconcelos a tomar rumbo hacia otro lado. El 3 de julio de 1924 el ministro deja solos a los muralistas y renuncia a su cargo para buscar la gubernatura de Oaxaca y más tarde la presidencia.

El nuevo presidente, Plutarco Elías Calles, cancela todos los contratos de los muralistas excepto los de Rivera y prohíbe la existencia del Partido Comunista.

El grupo se desperdiga, Rivera termina lo que empezó, Orozco parte al extranjero y Siqueiros se mete en problemas.

En abril de 1925 desaparece el Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores, terminando así la primera etapa del muralismo mexicano.

EL GENIO, EL SEVERO Y EL GUERRILLERO

Las décadas subsecuentes al rompimiento con Vasconcelos serán para Rivera, Orozco y Siqueiros un proceso de consolidación y desarrollo de una propuesta artística individual, siempre cambiante y única en cada mural.

“En los primeros muros se retrata a la Revolución Mexicana y a México como el lugar donde la utopía se había concretado. Eso tiene mucha atracción hacia el extranjero y por eso al muralismo mexicano se le considera como una aportación a la historia del arte universal, como un nuevo medio de comunicación”, explica Dafne Cruz Porchini, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

Las concesiones de grandes espacios dadas a los artistas en los años subsecuentes, así como su consistencia y calidad, comenzarán a generar el mito de La

Triada del Muralismo Mexicano.

Ya en solitario, la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo invita en 1926 a Diego Rivera a pintar una iglesia abandonada que se encuentra dentro de su perímetro, La Capilla Riveriana. Un Rivera más suelto retrata la evolución social después de la guerra de 1910 en la que el mestizo hereda la tierra y la técnica.

Dominical

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2021-10-23T07:00:00.0000000Z

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