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Manera de adivinar

Daniel Chavarría García

Lector, mi bola de cristal anda un poco descompuesta en estos días, pero aún existen entre nosotros medios de adivinación de los astros, horóscopos, espíritus, sueños y demás, que nos permite satisfacer la siempre inquieta curiosidad humana, tan dada a preocuparse por cosas futuras y no atender el ahora

Las artes adivinatorias y agoreros están solicitados, como siempre, pese a que nada se gana con descifrar lo que necesariamente ha de ocurrir, solo extender la angustia. Es cosa de pensarle un poco.

Hoy todo mundo tiene cierta curiosidad por lo sobrenatural, pero esta indiscreción ahora se mueve, como nunca antes, me parece, por un deseo desesperado, ciego y generalizado de encontrar la “respuesta”.

Cada quien es libre de pensar lo que quiera, pero en el ambiente actual, tan deshumanizado y apegado a la uniformidad y el control, los habitantes lucen incapaces de asumir la tarea de tomar sus propias decisiones. Es una crisis de autoconfianza en la búsqueda de “ese no sé qué”, mezcla de esoterismo y parasicología donde hipotéticamente se halla la clave de la felicidad.

En el seno de sociedades avanzadas y sofisticadas del mundo se advierten los intentos por reemplazar valores “gastados”, por otros que huelan a nuevo”, escenario que se extiende a países menos desarrollados. En Italia, un país de cultura estimable, “alrededor de 12 millones y medio de personas recurren a la cartomancia y gastan cerca de seis mil millones de euros para pagar a “magos” que revelen su destino”.

En nuestra patria, al igual que en naciones de un alto nivel económico, cultural e intelectual, desde siempre han existido distinguidos creyentes del conocimiento de “lo oculto”, devotos del popular arte adivinatorio. El espiritismo contaba entre sus filas a Francisco I. Madero. El Gral. Plutarco Elías Calles tuvo como curandero de cabecera al Niño Fidencio. Y la “Paca”, famosa vidente de los años noventa, desde prisión adivinaba el futuro sin ningún pudor, pese al “montaje” de la osamenta y huesos enterrados de triste memoria y célebres protagonistas.

El tratar de desarraigar de la mente común toda clase de adivinación es una empresa complicada. Este hábito data de tiempos antiguos y vive tan arraigado, que la astrología, la quiromancia, lectura del tarot y los oráculos, entre otros muchos métodos debidamente registrados, serían ciencia viva de no ser por el razonamiento y sus avisos. Eso sí. Los videntes, curanderos, adivinos, hechiceros y pitonisas, ya superaron no todos, los tiempos en que ganaban apenas lo justo para mal vivir y estar al día. Algunos se modernizaron y ahora se anuncian permanentemente en las revistas, la radio, la televisión y portales de Internet. Los clientes se cuentan por cientos de miles y de acuerdo con investigaciones, acuden con las madamas para que les digan si “el hijo hallará empleo…si el marido regresará al hogar…si se casará la hija…si el nieto pasará los exámenes…si se podrá saldar el mínimo de la tarjeta de crédito y la letra vencida del carro…”. Pero lo único que los parroquianos se llevan de esos cuartos o salas en la penumbra donde sobresale la clásica bola de cristal, una tarántula disecada y un esqueleto humano a escala, son algunos buenos consejos para aplacar el sentimiento que los aflige, la pena que los desvela.

Papa Francisco puso en la picota a cientos de miles de videntes advirtiendo que no nos fiemos de los adivinos, al catalogarlos de sacrílegos que llevan a la gente por caminos equivocados.

Lo cierto es que aun con avisos comedidos y hasta prohibiciones legales, en tratándose de las artes adivinatorias y sortilegios afines, escasos políticos o empresarios de nuestro país renunciarían, de poder hacerlo, a saber la fecha en que el Banco aumentará los tipos de interés, y el conteo final de las elecciones en puerta.

Principalmente los gobernantes acuden con adivinos para saber el futuro. El Zar Nicolás se afirma, tuvo en Rasputín a un aliado. Stalin albergaba en el Kremlin a un vidente georgiano del que se reía… pero del cual nunca se separó, (solo por si las dudas). Adolf Hitler tenía su astrólogo de cabecera, aunque nunca acertó o tal vez le mintió deliberadamente. Ronald Reagan, la persona mejor informada del planeta (aún sin teléfonos móviles), no daba un paso sin antes consultarlo con su “profeta” de la Casa Blanca. William Clinton y su esposa Hillary, tenían una consejera espiritual. La señora Jean Dixon, quien gozaba de la estimación de Richard M. Nixon fue una vidente que previno a las gentes de la Casa Blanca para que el presidente Kennedy no viajara a Dallas, Texas. “Pero el presidente John F. Kennedy—era fatalista, —aseguran—, se reía y respondía: “nunca pasa…más lo que ha de pasar”. Y….sucedió.

Los videntes fallan gran parte del tiempo, y como nadie lleva la cuenta de sus yerros (pero sí de sus aciertos), todo lo demás parece no importar para ellos y mucho menos a sus parroquianos. Al pronosticar todo el día, se tiene que acertar alguna vez. Por tanto, la premisa es seguir adivinando, como si nada.

Analisis

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2021-05-08T07:00:00.0000000Z

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