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A

hora que está de moda aquello de los drones o de las imágenes obtenidas desde algún satélite que mira hacia la tierra y nos atisban a los humanos para ver qué hacemos, cómo y cuándo… (¡Gulp!), desde allá arriba se verán muchos vehículos que recorren ciudades, calles, veredas, brechas, planicies, desiertos, playas, selvas, bosques, cañadas… uhhhh… el mundo entero en donde hay tierra… o que van sobre carreteras que llevan y que traen “un navío cargado de…”

Y, desde el espacio, seguro se ve a un minúsculo vehículo gris-con batea, que es camioneta familiar y que recorre carreteras que parecen serpentinas interminables depositadas en tierra; llenas de curvas –“que suben y que bajan, que llevan hasta el plan”.

Ahí vamos engolosinados con el viaje que habrá de conducirnos hacia la lejana montaña en donde no se ve cabalgando a ningún jinete y sí a pie a muchos hombres y mujeres y ancianos y niños que día a día allá, en esa lejana distancia, trabajan mucho, se esfuerzan mucho y luchan por la subsistencia, la vida… y para ser felices.

Son gente de obra y gracia que se entregan a su faena con enorme cordialidad y fortaleza. Son gente que ha decidido hacer su vida en el paraíso… o casi el paraíso.

Todo comenzó a las siete de la mañana de un sábado frío y lluvioso. Nublado. Salimos puntuales con destino a un lugar cerca del cielo que se llama Tlahuitoltepec, y que está en la región Mixe del estado de Oaxaca. Y es por seguro de que esa lejanía del mundanal ruido lo ha preservado en su propia dignidad y fortaleza.

En la camioneta gris con batea viaja la Pandilla Fraterna. Ya traspasa la primera salida de los Valles Centrales pasando por Tlacolula temprana, luego Mitla con sus ruinas prehispánicas ancestrales y en las que el arte zapoteca reluce-relumbra y causa esplendor.

Sigue Matatlán, la tierra del mezcal oaxaqueño, que tiene junto a san Baltazar Guelavila en donde también se cuecen las habas mezcaleras.

En el avance, desde la carretera se perciben las majestuosas montañas que protegen a los valles que dan asiento a la capital de Oaxaca y a sus ciudades vecinas históricas, hechas y bordadas a mano de cultura, historia, tradición y el orgullo de ser y estar hoy, herederos de un linaje hecho de dignidad.

Al paso descubrimos la inmensidad de la naturaleza, la grandiosidad del cielo que se junta con la tierra y se ilumina con el verde profundo del follaje: “Verde que te quiero verde…”

Ya en el seno de las montañas, avanzamos y pasamos temerosos junto a acantilados que son muros de tierra y piedra rojiza. Algunos deslaves nos hacen ver las rocas que exigieron su libertad, y piedras y arena de color granada. Pasamos seguros porque segura es la voluntad y seguro el primo-hermano que conoce los caminos oaxaqueños “de pe-a-pá”.

Las nubes cargadas de lluvia contenida ocultan al cielo. Hay neblina mediana. Algo de frío se percibe en el exterior de la camioneta-gris con batea y mucha vegetación que incluye floresta colorida.

Llegamos en dos horas a Tamazulápam. Es una localidad de aire fresco y vista transparente. En la cima de montañas y ya en el territorio mixe. Situada en el Municipio de Tamazulápam del Espíritu Santo. Tiene algo así como 4 mil habitantes y está a 2,065 metros de altitud sobre el nivel del mar. Esto es: una mirada desde los techos oaxaqueños.

El lugar es cansino. Suave. Airoso. Con casas como fortalezas pequeñas, pero también casas de madera producto de estar en medio de los bosques de pino que colman los cerros, las montañas, el camino. El olor no puede ser otro más que la fragancia de esos pinos y la fragancia de las guayabas, los nogales y, de paso, el aroma a leña que espera bajo techumbres de lámina.

[A lo largo del camino se percibe, también, la influencia del poder y el más poder: una candidata –o aspirante a serlo por obra y gracia del Palacio Nacional- aparece aquí o allá, multiplicada en las paredes, en los grandes anuncios espectaculares, en postes y ventanas, muros y esquinas: “Yo AMLO a Claudia” … “Es Claudia” se lee en obvia contaminación visual del lugar.]

Vacío el mercado nos acercamos a un pequeño local con apenas dos mesas colectivas y trastes de peltre colocados alrededor en trasteros que son tablones de madera, disfrutamos de un sabroso café que a la vista parece transparente pero que al sabor y al aroma es una delicia, junto con unos tamalitos de mole amarillo. Un manjar que ningún restaurante de cinco estrellas Michelin podría igualar.

Y mientras son peras o perones disfrutamos de ese pequeño lugar con personas de la localidad que también disfrutan el alimento y que hablan y hablan y hablan en mixe. ¿Qué dicen?

Nadie de la Pandilla Fraterna lo sabemos, aunque percibimos que al hablar no hacen gestos, ni siquiera para saber la intención de lo que dicen pero sí un cantar de aves que entona el “nosotros somos los dueños de aquí, viajero, no lo olvides”. Y sí: luego nos sonríen: ¡pasamos la prueba! y risueños disfrutamos junto con ellos el café con aroma de Tamazulápam.

Y caminando camioneta-gris-con batea, caminando. Seguimos por una carretera angosta y muy curveada que tiene una particularidad: está bordeada de pinos, de cedros, y de árboles frutales que son duraznos y que son peras y que son nísperos y que son guayabas y que son el mirar dulce y alegre de la vida mixe que nos dice ‘keta va'ando’ (¡Bienvenidos!).

¿Quién vive ahí? ¿Cómo viven ahí? Sin duda hay habitantes por aquí o por allá, en donde se perciben pequeñas casas entre los bosques y sobre las laderas de las montañas. Viven entre nubes. Viven en el cielo. Son los mixes orgullosos y nunca conquistados por fuerzas extrañas.

Ya llegamos. Estamos en la meta: Aun más arriba, más fuerte, más lejos: es Tlahuitoltepec. Originalmente llamado Xaamkëjxpëtt, que significa lugar o espacio de tranquilidad propicio para la reflexión y el diálogo con la naturaleza. Luego con nombre náhuatl está conformado por las palabras “tlahuitolli” o sea arco, “tepetl” o sea cerro y el locativo “-c”, que podría ser: Arco que está en el cerro…

Hay ajetreo porque es sábado y es día del mercado, al que bajan de las rancherías y campos cercanos para que vendedores locales ofrezcan sus productos, frutas a raudales: peras, manzanas de tal tamaño y color que serían la envidia de Eva en el paraíso.

Hay verdura fresca. Hay pollos y gallinas en pie. Hay semillas distintas. Hay frijoles de tal tamaño que las fabes españolas se quedan pequeñas ante su proporción. Hay aromas deleite. Hay colores más allá de la gama colorida que conocemos; y hay, sobre todo, calor humano. Mujeres y hombres que con toda dignidad exponen sus productos en tablones, cajas o en el piso sobre plásticos. Y eso sí, muy desconfiados. Cuentan y cuentan las monedas; cuidan las manos del comprador para evitar la tentación de la apropiación indebida. Algunas de ellas visten trajes a la usanza cultural de los mixes: faldón blanco largo de tela gruesa de lana, camisa o blusa colorida, casi siempre roja o guinda, un refajo que sobresale en su cintura, bordado y florido… Sobre sus cabezas un trenzado de tela que les dota de una particular elegancia… Hablan en su idioma. Sin continencia. Hablan-hablan-hablan. Y nosotros queremos saber lo que dicen, pero no. Si hay miradas alegres a cambio. Y cuando a algunos o algunas de ellas les hablamos en español no nos entienden y entonces utilizamos el lenguaje universal: la sonrisa y las señas. Nos tratan bien. Nos miran con cordialidad. Compramos algunas cosas que nos ofrecen al paso y disfrutamos de sus miradas habidas de “no me engañes porque me encabrono”. Así que todo bien y repletos de sus productos que son vida, sobre todo los chiles pasilla mixes. Pequeños y sabrosos… Eso es. Sus salsas. Sus aromas que recuerdan a los grandes moles de la tierra oaxaqueña… Salimos con muchas ganas de estar más tiempo allá, en las montañas mixes, en la tierra que sólo es de ellos y para ellos; en la tierra en donde son señores, señoras, ancianos, niños de respeto, cariño afecto y de abrazo completo. Están allá, en las montañas, cerca del cielo, al que tocan con sólo estirar la mano. El regreso es igual. La novedad en el frente es que llevamos en la memoria y en los sentidos un día cargado de páginas para el recuerdo, sin olvido: Nts j kypts mejts (Te quiero). Mitztemoa noyollo. (Te extraño). Nitao (Nos vemos pronto).

Reportaje

es-mx

2022-09-26T07:00:00.0000000Z

2022-09-26T07:00:00.0000000Z

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