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¿Verdaderamente crees? Recientemente

en una plática de amigos se comentaba sobre la realidad de la fe. Uno preguntaba al otro: ¿Verdaderamente crees en Dios? Desde luego que la pregunta iba más a una fe existencial, de calle, real, sentida. No hacia la fe de oídas o de conocimientos; no se trataba de la fe de los libros, sino de la fe de la experiencia.

Realmente se trata de una gran pregunta, esta es una de esas preguntas eternas. Y la respuesta debe contestarse con temor y temblor, no de manera presurosa, pues como afirma la sabiduría popular, el pez por su propia boca muere, o más pronto cae el hablador que un cojo. Se trata de uno de esos silogismos cornudos en los que el riesgo de lastimarse está en ambos extremos.

La creencia en Dios es uno de esos temas polémicos en los que todos creen tener la mejor de las respuestas, y al pensar de esta manera, se cierra a la riqueza de lo que otros dicen y piensan de esto que toca las fibras más íntimas de la existencia. Es muy fácil contestar presurosamente que sí o que no se cree en Dios. Pero, en el margen de las experiencias límite a las que la vida empuja sin ninguna reserva, brotan las consecuencias de ese sí o de ese no.

Tanto la fe como el ateísmo o el agnosticismo tienen su propio drama. Todos llevan a situarse en arenas movedizas y abrirse a la aventura de vivir las consecuencias de creer o de no hacerlo. Sin embargo, para el que cree todo es posible. Y esa es la madurez a la que ha de empujar toda devoción sincera.

Tanto la fe

La fe enardece, inquieta, pone en movimiento, saca del letargo y enciende el sueño de una vida mejor, más amable, distinta. Más humana y generosa. La divinidad en la que se ha puesto la confianza en nada cambia si se cree en ella o no. Sin embargo, cambia mucho la vida de alguien según dónde tenga puesta su confianza. Se transforma la vida del creyente o del ateo o del agnóstico.

En realidad, la respuesta a esa pregunta no se dice con palabras. Es una respuesta que se encarna, se vive, se expone, se demuestra y se deja al descubierto con lo que uno hace o deja de hacer, con lo que se dice y con lo que se calla. No se sigue que, por cumplir ciertos ritos o prácticas por hábito se tenga fe. Tal vez se cumplen esas costumbres sólo por rutina, y se olvidó por completo el trasfondo de lo que motivó esas acciones.

Análisis

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2023-02-04T08:00:00.0000000Z

2023-02-04T08:00:00.0000000Z

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