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El monumento a la bandera

Manuel Naredo

Aún me recuerdo vívidamente ahí, al lado de mi madre, en esa esquina emblemática, esperando el camión que recorrería la calle de Hidalgo y nos depositaría en la esquina de Capuchinas, para disgusto de mi progenitora, que le acomodaba más la de Allende, porque ahí estaba la tienda de ultramarinos, primera escala comercial de nuestra rutinaria aventura sabatina.

De ahí, al Mercado Escobedo, primero al de la Plaza de los Escombros, y después al nuevo, allá por Zaragoza, donde las marchantas de siempre atendían a mi madre con amabilidad: la tortillera que contaba con maestría su producto a la puerta del inmueble, o el pollo y los abarrotes del señor Coronel, que cobraba con atingencia su esposa.

El regreso sí era en “coche de sitio”, o “de alquiler”, tomado en el estacionamiento y cargándole la tradicional bolsa de mandado, de asas y plástico tradicionales, en la cajuela.

Pero todo empezaba en la esquina aquella, tras una caminata inicial de más de un kilómetro desde nuestra casa. Desde esa esquina, en lo que hoy es Tecnológico e Hidalgo, entretenía los minutos que tardaba en llegar el camión en mirar insistentemente aquel jardín y aquel monumento coronado por la bandera tricolor.

Para entonces, el monumento proyectado por el ingeniero Mariné tenía ya más de una década de existir en esa esquina y a un costado del histórico Cerro de las Campanas. No estaba ahí ubicada la Universidad, pero ya se podía descubrir el parque con juegos infantiles, donde se destacaba una resbaladilla con forma de cuete.

El monumento, al fondo del espacio público, de cantera, basalto, mármol y bronce, mostraba una larga asta salida de un globo terráqueo donde podía leerse, en letras doradas, “la patria es primero”. Otra leyenda podía descubrirse, si se ponía atención: “El pueblo de Querétaro erigió este monumento a la Bandera Nacional como testimonio de su amor a la patria”. Ya no existían, en aquellos años de mi niñez, las estatuas de soldados en cantera que custodiaban inicialmente el monumento.

El caso es que aquella visión de una bandera ondeando al aire queretano, sostenida en aquel sólido monumento, llenó mis ojos para siempre y es uno de esos lugares que habitan en los rincones de mi memoria con especial afecto.

En estos días pasé por el Monumento a la Bandera, en lo que hoy llaman la Plaza del Estudiante. Ahí sigue (de hecho, fue remozado hace poco tiempo, con la creación de la nueva plaza y la colocación de esculturas diversas), pero en lo alto del asta, una banderita desgarrada, diminuta a mis ojos de niño, enfrentaba los embates del viento matutino y del descuido.

Retrocedí de pronto hasta aquellos lejanos años de los sesenta del pasado siglo, volteé el rostro hacia mi madre que seguía esperando el viejo camión, nada parecido a los chinos de Qrobus, y le pregunté con la mirada si no le parecía que aquella bandera de la patria que le había dado cobijo estaba menguada a fuerza de olvidos. En sus ojos color avellana se dibujó, como nunca, la melancolía.

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2022-12-04T08:00:00.0000000Z

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